La fuerza motivadora y el interés intrínseco que los
niños incluyen en sus juegos nacen de la propia naturaleza epistemológica de
ser humano; por eso juego y aprendizaje necesariamente están relacionados. Se
considera el juego infantil como una actividad de gran potencialidad para el
desarrollo y el aprendizaje.
El juego infantil constituye un escenario psicosocial
donde se produce un tipo de comunicación rica en matices, que permite a los
niños y niñas indagar en su propio pensamiento, poner a prueba sus
conocimientos y desarrollarlos progresivamente en el uso interactivo de
acciones y conversaciones entre iguales.
“El juego nunca deja de ser una ocupación de principal
importancia durante la niñez". La vida de los niños es jugar y jugar, la
naturaleza implanta fuertes inclinaciones o propensiones al juego en todo niño
normal.
Los niños juegan por instinto, por una fuerza interna
que los obliga a moverse, manipular, gateara, ponerse de pie, andar, prólogos
del juego y del deporte que la disciplina. Juegan movidos por una necesidad
interior, no por mandato, orden o compulsión exterior, la misma necesidad que
haría que un gato persiga una pelota que rueda y que juegue con ella como lo
haría con un ratón.
El juego profundamente absorbente es esencial para el
crecimiento mental. Los niños capaces de sostener un juego intenso acercan a la
probabilidad de llegar al éxito cuando haya crecido.
Durante el juego el niño inicia gozosamente su trato
con otros niños, ejercita su lenguaje hablando y mímica, desarrolla y domina
sus músculos, adquiriendo conciencia de su utilidad
El juego es un medio valioso para adaptarse al entorno
familiar y social, por tal manera se le debe desalentar a los niños con
advertencias como "No hagas eso", "Es Peligroso", "Te
vas a lastimar"…., la mejor manera es animarlo y proporcionarle lugares
seguros donde el pueda desarrollar
Es necesario recordar que el niño juega porque es un
ser esencialmente activo y porque sus actos tienen que desenvolverse de acuerdo
con el grado de su desarrollo mental.
CONCEPTO
DE JUEGO
A
lo largo de la evolución biológica de las especies se observa con curiosidad
que el juego es una conducta asociada a la capacidad cerebral de las criaturas,
dándose una razón directa entre la cantidad de juego y la cantidad de masa
cerebral de las mismas. En criaturas de estructura elemental no se observa este
tipo de conducta; por el contrario, tiene su apogeo en los mamíferos, y dentro
de éstos en el hombre llega a ser una institución cultural. Si partimos de la
base de que la cultura es la forma peculiar que el ser humano ha elegido para
adaptarse, progresar y dominar el medio ambiente en que se desenvuelve, el
juego sería un escalón inicial.
Con el término juego se designa cualquier
manifestación libre de energía física o psíquica realizada sin fines
utilitarios.
El juego es sin duda una
actividad;
- Libre. No se puede obligar a un
jugador a que participe si que el juego deje de ser inmediatamente lo que es.
- Delimitada. Dentro de unos
límites de espacio y de tiempo precisos y fijados de antemano.
-Reglamentada.
Sometida a convenciones que suspende las normas que rigen ordinariamente y
establecen temporalmente mente una nueva ley, que es la única que cuenta.
Se suele asociar la actividad lúdica con las primeras
edades. No creemos que esto sea así. Parece que tan sólo a los niños se les
reconozca el derecho a jugar. El adulto, en cambio, ha de ser una persona seria
con el fin de poderse enfrentar con éxito a las responsabilidades que ha de
adoptar en su vida como tal. Sostener esto implica negar la seriedad que
comporta el juego; éste puede representar para el adulto un medio equilibrador
de su vida y favorecer en gran manera su relación con los demás. De hecho, de
una u otra forma, el juego está presente en la vida del individuo desde que
nace hasta la muerte. De formas diferentes, en consonancia con las características
evolutivas pero acompañando al hombre en su evolución.
LA IMPORTANCIA DEL JUEGO EN EL
DESARROLLO INFANTIL
La mayoría de los padres, muchos educadores y
pediatras, algunos psicólogos y todos los niños piensan que el juego es
importante para el desarrollo infantil.
El juego constituye un modo peculiar de interacción
del niño con su medio, que es cualitativamente distinto del adulto. Hoy, la
mayoría de los especialistas en el tema reconocen que el término “juego”
designa una categoría genérica de conductas muy diversas. En una reciente
puesta en común sobre el tema, P.K.
Smith (1983) señala que su
aspecto más singular consiste en la orientación del sujeto hacia su propia
conducta, más que en un tipo de conducta particular.
Este control sobre la propia actividad, que se
contrapone al ejercicio originado por los estímulos externos, necesidades y
metas propio de los comportamientos no lúdicos, tiene mucho que ver con la
distorsión de la realidad que supone el proceso de asimilación, tanto biológica
como psicológica.
Sin embargo, esta tesis de que el juego tiene una
razón de ser biológica y psicológica, que constituye una forma de adaptación a
la realidad que es propia de los organismos jóvenes, ha chocado frecuentemente
con la idea de que el juego equivale a “tiempo perdido”, que es una actividad
nociva que interfiere con las que, en su lugar, se deberían “reforzar”,
fomentar o enseñar.
En versión más moderada, el juego sería un mal menor,
una liberación de energías que el pequeño no puede, o no conseguimos, que
dedique a ocupaciones más serias.
Si se entiende al niño como una mera réplica, en
diminuto, del adulto, no puede comprenderse la importancia que tiene el juego
en su desarrollo. En la psicología ha sido el enfoque conductista, tanto en su
versión clásica pavloviana como la más moderna de Skinner, uno de los que más ha
insistido en la similitud de las leyes que rigen tanto el comportamiento adulto
como el infantil.
De hecho no han dudado nunca de la validez de extender
unos principios a cualquier comportamiento humano, por completo que éste
pudiera parecer.
Muchos de los estudios sobre el juego en las dos
últimas décadas se deben a biólogos. Comparando el desarrollo en especies muy
distintas han observado que son las de aparición filogenético más tardía las
que juegan más y durante más tiempo. Cabría preguntarse qué función cumplen
estas actividades lúdicas para que hayan sido seleccionadas en el curso de la
evolución.
J. S. Bruner
(1984), por ejemplo, relaciona el juego con la prolongada
inmadurez de los mamíferos, que les hace depender de sus progenitores durante
periodos muy prolongados de tiempo. Al tener aseguradas las necesidades básicas
las crías de estas especies pueden jugar, es decir, pueden dedicarse a
actividades que no están directamente relacionadas con los fines biológicos que
tiene el comportamiento adulto.
La realidad es que son precisamente aquellas especies
en las que el comportamiento adulto es más flexible y más complejo, en las que
el medio al que han de adaptarse es más variable, las que prolongan durante más
tiempo la dependencia de las crías y las que, consiguientemente, ofrecen a
éstas unas mayores posibilidades de juego.
Una versión antropomórfica de esta teoría, y muy
difundida entre las creencias populares, es la de que el niño juega porque no
tiene que trabajar. La oposición juego-trabajo trae consigo la adjudicación al
primero de todas aquellas características opuestas a la concepción del trabajo
como castigo de la humanidad. Es libre, espontáneo, creativo, placentero, etc.
Consiguientemente, si lo propio del adulto era trabajar, lo característico del
niño debería ser jugar.
¿Cuáles son los rasgos
comunes que nos permiten calificar como juego tanto el golpear un objeto del
bebé de pocos meses como las “comiditas” y las “guerras” de los niños de 4 ó 5
años y las partidas de dominó de los adultos? Probablemente la misma definición
de lo que es el juego ha sido una de las cuestiones más debatidas en la
literatura sobre el tema.
Algunas de las primeras teorías psicológicas sobre el
juego llevaron la identificación entre la infancia y juego hasta el extremo de
definir aquélla por éste (Groos,
1896), o viceversa (Buytendijk,
1935). Pero si el juego es
característico de la infancia, es cierto que ninguna es tan prolongada como la
humana.
El hombre juega más durante más tiempo y a juegos que
son específicamente humanos. Pero, aunque designemos con un mismo término a
actividades tan diversas, no se debe eludir sus diferencias ni el hecho de que
aparezcan, siguiendo un orden, en momentos diferentes del desarrollo. Como se
saber cualquiera que tenga un trato habitual con niños, “no se juega a
cualquier cosa en cualquier edad”, cada tipo de juego es predominante en un
determinado momento de la vida y las formas lúdicas más elaboradas se
construyen sobre otras más simples.
TEORÍAS PSICOLÓGICAS SOBRE EL JUEGO
Se han hecho referencia anteriormente a algunas
teorías tradicionales, como la de K.
Groos, que veía en el juego un valor adaptativo en tanto que preejercicio
de aquellos instintos aún no desarrollados y necesarios para la supervivencia
de individuo y especie.
Algunas de las más modernas teorías funcionales
tendrían en Groos un insigne precedente. El problema con
estas teorías es que son necesariamente parciales, pues si el juego consiste en
un orientación del individuo hacia su propia conducta, en una disociación entre
los medios y el fin que se persigue, de modo que el placer se obtiene por la
puesta en funcionamiento de esos medios, cabría suponer que cualquier conducta
o habilidad es susceptible de verse beneficiada por su práctica en el juego.
Como R.
Fajen (1981) ha señalado,
habría una posible versión “simulada”, no-literal, lúdica, de la mayor parte de
los comportamientos “serios” o literales. En realidad, todos estos estudios
etológicos se centran en el juego motor. Las teorías a las que dan lugar
ignoran las características peculiares tanto del juego simbólico como del de
reglas.
Freud vincula
el juego a los sentimientos inconscientes y al símbolo como disfraz en el que
éstos se ocultan. La realización de deseos, que en el adulto encuentran
expresión a través de lo sueños, se llevan a cabo en el niño a través del
juego.
Pero en su trabajo sobre una fobia infantil, Freud (1920) se ve obligado a reconocer que en el
juego hay algo más que proyecciones del inconsciente y resolución simbólica de
deseos conflictivos. Tiene también que ver con experiencias reales, en especial
si éstas han sido desagradables y han impresionado vivamente al niño. Al
revivirlas en su fantasía llega a dominar la angustia que le produjeron éstos
originariamente.
El interés del psicoanálisis por el juego ha sido
fundamentalmente clínico, como expresión de otros procesos internos y cuya
importancia estriba, precisamente, en el acceso que permiten a ellos. No
considera, por tanto, más que un tipo de juego simbólico.
Para Piaget, al cual le dedicaremos mas
adelante un punto, el juego
consiste en un predominio de la asimilación sobre la acomodación.
Cualquier adaptación verdadera al medio supone, en la
teoría, un equilibrio entre ambos polos. Y si la imitación es el paradigma de
predominio de la acomodación, el juego, en el que se distorsiona esa realidad
externa a favor de la integridad de las propias estructuras, será el paradigma
de la asimilación.
Al mencionar las teorías psicológicas sobre el juego
infantil hay que referirse necesariamente a la obra de L. S. Vygotsky (1982) y a la de sus colaboradores y
discípulos, especialmente de D.
B. Elkonin (1980), que ha recogido una interesantísima
muestra de estas investigaciones.
Ambos autores consideran que la unidad fundamental del
juego infantil es el juego simbólico colectivo, o como ellos le llaman, el
“juego protagonizado”, característico de los últimos años preescolares. Se
trata, por tanto, de un juego social, cooperativo, de reconstitución de papeles
adultos y de sus interacciones sociales.
La condición necesaria para que un determinado
comportamiento pueda ser interpretado como lúdico, estribaría en su componente
de ficción. Por esta misma razón, cuando la teoría aborda el caso de los juegos
de reglas, concibe a éstos como un mero cambio en el énfasis de sus componentes
de ficción y de regulación.
Los juegos de ficción o juegos protagonizados tendrían
ya unas reglas. Lo que ocurre es que dichas reglas sólo serían implícitas
mientras que el énfasis en estos juegos estaría en su componente de ficción.
Las reglas aparecerían de forma explícita, mientras que el componente de
ficción se tornaría implícito.
Elkonin insiste
en la importancia que tiene la cooperación ya en estos niveles de juego
protagonizado. La interacción de roles que en él tienen lugar supone un
continuo ejercicio de descentramiento para poder colocarse en el punto de vista
de otro.
C. Garvey (1982) señala
que las conversaciones de los niños, cuando juegan entre sí, tiene una riqueza
lingüística y una complejidad que no alcanzan cuando la conversación se
establece con un adulto o en su presencia.
Estas diferencias entre el comportamiento en situaciones
de interacción espontánea con los iguales frente al adulto, llevan a valorar
más aún las experiencias de Elkonin.
Cabe la hipótesis de que, al igual que ocurre con
ciertos aspectos del lenguaje las situaciones de juego nos proporcionen una
visión más realista de las auténticas capacidades del niño preescolar. Es este
sentido en el que Vygotsky
(1982) calificaba al juego
como “guía del desarrollo”.
Bruner (1984) ha
confirmado que, en lo referente a la adquisición del lenguaje, “las formas más
complejas gramaticalmente y los usos pragmáticos más complicados aparecen en
primer lugar en contractos de juego”.
Si concebimos el juego como la categoría genérica no
tiene sentido seguir invalidando su utilidad como concepto, porque agrupa una
gran variedad de conductas distintas.
Pero además, las sucesivas transformaciones que las
estructuras biológicas y psicológicas van sufriendo en el curso del desarrollo,
es imposible poder entender la importancia del juego.
Se ve, por tanto, que todas estas teorías psicológicas
hacen prevalecer un tipo de juego sobre otras formas lúdicas, generalizando su
formulación a todas ellas sin matizar sus diferencias estructurales.
Otras
teorías
Ahora
bien, el juego es la cosa más evidente que existe, pero las explicaciones psicológicas
muchas veces no nos explican en que consiste la esencia del juego, que de esta
forma, en cuanto totalidad, queda desfigurado en la exposición psicológica. En
esta teoría se hace destacar algo, que ciertamente va unido al juego, pero que
no constituye su verdadera esencia, ni su carácter peculiar, o se añade algo de
lo cual puede prescindir el juego, sin dejar de ser juego. La explicación
teórica del juego tendría que emprender el camino opuesto, tendría que partir
de la evidencia del juego y tendría que tratar de explicar cómo es que perdemos
esa evidencia, cómo es que no jugamos ya, cómo se puede comprender lo que no es
juego y como podemos recuperar la evidencia perdida del juego, el paraíso
perdido.
Las explicaciones psicológicas no son superfluas, pero
no pueden expresar lo esencial. Sólo dicen qué aspecto tiene lo evidente,
cuando no se ve su evidencia; que aspecto tiene el juego cuando, por ejemplo,
se piensa que el trabajo es lo evidente, lo que todavía no es más que una mera
teoría, por más que sea considerado como una realidad por algunos educadores de
buena fe, aunque no del todo sinceros. Precisamente el que trabaja se pregunta
por el sentido del trabajo y en su trabajo tiene que tomar nuevos impulsos.
Sólo cuando el trabajo se vuelve juego, cuando lo realiza “jugando”, ya no
pregunta más. Sin embargo, el que juega, sobretodo los niños, no pregunta
porqué, cómo y para qué juega.
Las teorías del juego dicen que todo juego tiene
repercusiones; y todo juego supone una situación en la cual nace y de la cual
depende la posibilidad de su existencia. Estas repercusiones y condiciones
previas no son el juego mismo y no afectan a su esencia. Si que nos muestran,
sin embargo, cómo el juego está enmarcado en el conjunto de la vida cultural y
de los sentidos. Las explicaciones no captan la esencia del juego, sino el
significado que tiene ésta para la vida activa.
La esencia del juego no consiste en la actividad, ni
en el fin, ni en un significado que emane de él y que lo desborde. Su esencia
está cerrada completamente en él mismo; tiene sentido por si mismo.
Stern realiza
un resumen de las teorías del juego en Psicología
general, en el cual podemos ver como las divide en teorías del presente,
teorías del pasado y teorías del futuro.
·
Entre las teorías del presente tenemos la explicación que da Herbert Spencer sobre el juego. Spencer considera que el niño juega más y durante
un tiempo largo, pues muchas de sus tareas vitales se las resuelve el educador.
Como el hombre se tiene que deshacer de alguna manera de las energías que
luchan por salir afuera, se agarra a lo más cercano, imita las actividades que
ve en los otros. Esta teoría hace resaltar una de las condiciones previas del
juego, es decir, que tiene que surgir un “excedente” para que surja el juego.
La terapia de restablecimiento de M. Lazarus parte del gran consumo de fuerza que
la vida laboral exige del hombre y que hace necesaria la compensación. La
recuperación no sólo se puede alcanzar mediante el descanso, sino también
poniendo en movimiento las otras fuerzas que están pasivas durante el trabajo.
Esta teoría está más pensada en el adulto que en niño; para el primero el juego
es como un trabajo bajo otras condiciones y en unas circunstancias especiales,
sin ser una actividad orientada hacia un fin. En este hecho se encuentra la
posibilidad de una compensación mucho más esencial y profunda que la única
compensación que se tiene aquí en cuenta y que se deba a un cambio en las metas
de la actividad. El efecto compensador puede ser valorado terapéuticamente.
Otras teorías actuales tratan del contenido del juego.
Basan el juego en el instinto de imitación y consideran que puede compensar los
sentimientos de inferioridad. El juego ofrece la posibilidad de hacer
reaccionar instintos reprimidos, pero decir que el juego “no es otra cosa que”
compensación de los sentimientos de inferioridad, reactivación de lo reprimido,
ampliación de la esfera, del yo, y efecto del instinto de imitación, es
confundir la esencia con uno de sus posibles efectos, que destruye la esencia
cada vez que aparece.
·
Entre las teorías del pasado la de Stanley Hall intenta aplicar al juego la ley fundamental
de la biogénesis. Según esta ley “en los juegos de los niños vuelven a revivir
las formas primitivas del ser humano”; de esta forma, el hombre tiene la
posibilidad de “poner en movimiento las aspiraciones originarias adquiridas por
herencia pero no adaptadas ya a la cultura del presente y con esto de hacerlas
reaccionar de una forma inocua e inofensiva”. De esta forma el juego es
valorado solamente por la importancia que juega en la vida activa, pero no
según su propio sentido, por el sentido que lleva en sí mismo.
En el juego pueden aparecer nuevamente, si no unos
contenidos fijos, sí actitudes anteriores que van cubiertas por una postura más
formal que se ha ido adquiriendo. “en este sentido es indudable que todo hombre
es más primitivo cuando juega que cuando actúa seriamente” opinaWilliam
Stern. La psicología analítica de Jung nos ha recordado nuevamente que el
juego podría sacar a la superficie unos contenidos, unas formas y también unos
valores primitivos, biogenéticamente anteriores cuya consideración tendría
mucha importancia para la vida sana y para la creación de una cultura.
Nuevamente se ha indicado algo que se da con más facilidad en el juego que en
la actividad orientada hacia un fin, pero no se ha dicho nada que constituya la
base o la esencia el juego. Pero decir que el hombre que juega es “más
primitivo” que el serio, esto es una definición del término “primitivo”.
·
Las teorías
del futuro ponen el acento en
el hecho de que en el juego se puede preparar lo que está por llegar. Según Kart Groos el juego es un ejercicio previo, como
ya se ha dicho anteriormente. Un estudio y una práctica orientados hacia una
meta no serían suficientes. Tendríamos que referirnos a la segunda fase de
desarrollo, según la división de Charlotte
Bühler, en la cual el niño, dejándose llevar sin reparo alguno por la
fantasía y sin preocuparse por ninguna realidad, empieza a poner metas a sus
acciones. W. Stern añade que el juego puede ser también
una “predicción anticipada”, posee no sólo un valor de expresión en cuanto
diagnóstico sino también en cuanto pronóstico y, partiendo del punto de vista del
niño mismo, puede ser considerado como una “fase previa”. Pero nuevamente
tenemos que indicar que el juego no se realiza con miras a estas cosas, que el
juego no es una actividad orientada a un fin, ni siquiera de forma
inconsciente; que la repercusión es algo que sigue al juego sin ser buscado;
que sólo se da cuando no ha sido buscada. Lo esencial en el
juego es que se basta a sí mismo, que descansa en sí, y sólo si se tiene en
cuenta esta única característica esencial se puede comprender sus condiciones
previas, así como sus repercusiones también así se pueden comprender los
efectos terapéuticos de unos procesos que se dan con más facilidad en la
actitud lúdica.
Piaget y la
naturaleza cognitiva del juego
Hay tres trabajos fundamentales que tratan sobre el
juego en la abundantísima obra de Piaget. El primero (1932) es un estudio sobre la moralidad
de los niños y el desarrollo de la conciencia sobre las normas morales y la
justicia. En éste, Piaget trata del juego de reglas y define los
juegos de los niños como admirables instituciones sociales. El segundo trabajo
en el que Piaget (1946) aborda el tema del juego es un
estudio sobre el desarrollo de la función simbólica en el niño, en el que se
puede observar lo que él llama una teoría estructural. Efectivamente, en esta
obra plantea una teoría de la naturaleza de los juegos en relación con las
estructuras cognitivas del sujeto. Estas dos obras nos proporcionan ideas
claras sobre qué es el juego para Piaget. Éste no es otra cosa que un matiz, una
orientación personal en el funcionamiento de las estructuras cognitivas
generales. Este matiz, esta orientación, es de naturaleza subjetiva y personal,
y en términos de invariantes funcionales es básicamente asimilación deformante.
Así pues, la evolución de los juegos infantiles se
debe concebir como evolución del conocimiento. Es lógico encontrar primero un
juego de acción, de naturaleza sensorio-motora, posteriormente un juego de
representación, de naturaleza simbólica, y más tarde un juego combinatorio que
incluye normas convencionales que son para Piaget los juegos reglados.
El tercer trabajo de Piaget sobre el tema es un artículo en el
que responde a la crítica que el trabajo de Sutton-Smith
(1966) le plantea, crítica en
parte debida a la incorrecta interpretación de ciertos postulados piagetianos
como el del egocentrismo intelectual y, en parte, a la parcialidad que
cualquiera puede descubrir si intenta tomar la teoría piagetiana como un
conjunto global de ideas para explicar la totalidad de la conducta infantil.
De los tres, el trabajo más importante sobre el juego
es el de 1946, en el que Piaget desarrolla su teoría de la función
simbólica.
Piaget define el juego
como una conducta de “orientación”, como una actividad que encuentra su fin en
sí misma. El juego es considerado una actividad auto-orientada hacia sí misma,
una conducta autotélica. Hay otras conductas que él llama las reacciones
circulares. Efectivamente, durante el período sensorio-motor, el juego no se
diferencia del resto del comportamiento más que por una cierta
“orientación”lúdica que el niño da a ciertas reacciones circulares “serias”.
Esta orientación viene dada por la relajación infantil hacia el equilibramiento
de los esquemas sensorio-motores.
La teoría piagetiana tiende a establecer un camino
evolutivo desde el autotelismo al egocentrismo y desde éste a la conducta
social. Este camino está siendo criticado en la actualidad y desde luego ya lo
fue en los años de las primeras publicaciones por autores como Vygotsky (1956, 1986) o Wallon (Palacios, 1983).
El abandono del autotelismo como conducta primitiva,
lo relaciona Piaget con la diferenciación en la acción
del proceso asimilatorio y acomodatorio. Diferenciación que no sobrevendrá
hasta pasado el primer año de vida.
Para Piaget,
el juego es siempre más egocéntrico y sólo perderá este carácter en el último
escalón del proceso evolutivo, esto es, en el penúltimo estadio del juego reglado,
con la incorporación de la conciencia moral sobre la naturaleza de las reglas
(Piaget, 1932).
La espontaneidad es estudiada por Piaget como la segunda característica del
juego, exponiendo que tanto la conducta indagatoria, como la conducta científica,
tienen características de conducta espontánea frente a la conducta obligada
socialmente. Coloca así Piaget el juego y la actividad científica en
una misma dimensión, si bien en niveles diferentes. El juego supone una
espontaneidad no controlada (libre), mientras que el comportamiento científico
es una espontaneidad controlada. De cualquier manera, el criterio espontaneidad
es explicable si se interpreta el juego como la asimilación relajada del
esfuerzo acomodatorio a la realidad o conducta obligada.
El tercer criterio o del placer, es analizado pro
Piaget en términos de contraposición a la conducta seria, la cual busca
habitualmente una meta. Para él, el placer es la cara efectiva del autotelismo.
Para Piaget,
como para Vygotski (1933-80),
el juego es el lugar de satisfacción de deseos inmediatos. Pero mientras que
Vygotski habla de deseos y necesidades epistemológicas, Piaget acepta la interpretación
psicoanalítica de que se trata de deseos de naturaleza yoica (compensaciones,
desplazamientos, etc.).
El cuarto criterio es la falta de organización del
juego, la carencia de estructura organizada por oposición a la tendencia al
orden lógico del pensamiento. De nuevo Piaget parece renunciar al principio
establecido por él mismo de la organización constructivista y adaptativa de
toda acción y proceso psicológico, y anuncia su idea de la falta de
organización interna del pensamiento simbólico frente a la organización y
desarrollo del pensamiento como representación simbólica de la realidad o
pensamiento lógico.
De cualquier manera el origen de esta desorganización
derivaría de la naturaleza exclusivamente asimilatoria que Piaget atribuye a la acción lúdica, ya que es
la acomodación o ajuste a la evidencia externa la que reequilibra las
estructuras cognitivas del sujeto.
Un quinto criterio sobre la naturaleza del juego es el
ser “resolución de conflictos personales”. Dice Piaget que el juego ignora los
conflictos cognitivos o evidencias de incoherencia interna de lo que pensamos,
o si los encuentra es para liberar al yo mediante una resolución de
compensación o de liquidación, mientras que la actividad seria se debate en
conflictos insolubles cuya resolución nos obliga a cambiar nuestras ideas y a
abandonar nuestro egocentrismo. Piaget
(1946), alude también a otros criterios como la superposición de motivos
que se dan en el juego, pero de nuevo lo resuelve reduciéndola al papel de la
asimilación en el juego, que permite no hacer verdaderamente frente al
conflicto que la realidad plantea al sujeto.
Demuestra cómo cada una de las características de las
teorías generales del juego, (Groos, Buytendijk, Claparède, Spenser, Hall), son
perfectamente asimilables a lo que él ha llamado la polarización de la
asimilación en el proceso de funcionamiento de las invariantes funcionales (Flavell,
1979). Esta polarización permite que, ante un conflicto cognitivo dentro de un
juego, el niño pueda renunciar a acomodar su pensamiento y su acción y relajar
los esfuerzos equilibradotes.
§ Evolución
de los juegos y desarrollo psicológico.
A través de esta vía, Piaget va a intentar articular una serie de
paralelismos entre la evolución de las estructuras básicas del conocimiento y
las formas que adquiere el comportamiento lúdico infantil. Tratará de demostrar
cómo llega el juego de sensorio-motor a simbólico, y de simbólico a reglado, y
cómo en cada uno de estos estadios se mantiene la diferencia funcional entre el
comportamiento serio y el lúdico y el parecido de ambos como expresiones de
estructuras epistemológicas.
Para Piaget,
al relacionar juego y estructura cognitiva cierra las puertas a análisis
culturales y antropológicos que había iniciado él mismo y que están presentes
en su primer trabajo sobre la naturaleza social de los juegos, en el tema
concreto de la adquisición de la conciencia moral (Piaget, 1932).
La teoría de Piaget establece los principios
psicológicos básicos para formular un concepto del juego infantil que lo define
como parte del proceso cognitivo en particular y de desarrollo en general; sin
embargo la consideración del juego como asimilación deformante y por tanto como
subjetivo y egocéntrico, dificulta de hecho su consideración de marco social
para la adquisición de conocimientos. Por el contrario, considerando el juego
infantil como un comportamiento que incluye siempre la actividad, que tiene
naturaleza simbólica, y que es, por tanto, una conducta representativa que se
organiza en torno a unas reglas, es más fácil elaborar una teoría psicológica
acorde con un paradigma general del desarrollo y el aprendizaje infantil, y que
permita su utilización como marco educativo.
TIPOS DE JUEGO
Siguiendo la teoría de Piaget (1932, 1945, 1966) podemos
clasificar los juegos en cuatro categorías: motor, simbólico, de reglas y de
construcción. Exceptuando la última, los juegos de construcción, las otras tres
formas lúdicas se corresponden con las estructuras específicas de cada etapa en
la evolución intelectual del niño: el esquema motor, el símbolo y las
operaciones intelectuales. Y, al igual que sucede con estas últimas, los juegos
de reglas son los de aparición más tardía porque se 2costruyen” a partir de las
dos formas anteriores, el esquema motor y el símbolo, integrados en ellos y
subordinados ahora a la regla.
El
juego motor
Los niños pequeños, antes de empezar a hablar, juegan
con las cosas y las personas que tienen delante. Golpean un objeto contra otro;
lo tiran para que se lo volvamos a dar, etc. Exploran cuanto tienen a su
alrededor y, cuando descubren algo que les resulta interesante, lo “repiten”
hasta que deje de resultarles interesante. Y es importante señalar que el
interés infantil no coincide con el del adulto.
Si aprende, por ejemplo, a abrir el cajón de su
armario, repetirá la acción a pesar de nuestros ruegos para que se estén
quietos y de nuestras advertencias de que pueden pillarse o de que pueden
romperlo.
Para quienes sabemos el funcionamiento de un cajón nos
resulta difícil entender la satisfacción que pueda proporcionar el abrirlo y
cerrarlo tantas veces. Para el niño pequeño la tiene, y al repetir ese
conocimiento recién adquirido, llega a consolidarlo.
En otras ocasiones el interés no estará tanto en el
cajón mismo como en el enfado que nos provoca su incansable manipulación. No
sabe exactamente por qué los demás le sonríen o se enfadan con él, y para
descubrirlo, tiene que comprobar qué es la que nos agrada o nos molesta. Cuanto
mayor sea esta actividad infantil, mayor será el conocimiento que obtenga sobre
las personas y las cosas que le rodean.
Este carácter repetitivo del comportamiento lo
adoptamos también los adultos cuando interaccionamos con niños de estas edades.
Y si la interacción tiene lugar con una cierta frecuencia, los niños llegan a
solicitar con la sonrisa o la mirada esos gestos y ruidos raros que constituyen
los primeros “juegos sociales”. Es un modo de demostrar que nos reconocen.
Los estudios sobre cómo adquieren los niños el
lenguaje han puesto de manifiesto la importancia de estas interacciones
tempranas con el adulto. Nos dirigimos a ellos con un lenguaje distinto del que
utilizamos con quienes ya hablan.
El objetivo no es otro que tratar de establecer una
comunicación con un ser que aún no dispone del medio privilegiado que es el
lenguaje. Y estos antecesores del diálogo aparecen en esas situaciones que se
repiten en el cuidado diario del niño.
Bruner (1984), ha llamado a estas
situaciones “formatos” para la adquisición del lenguaje, refiriéndose con ello
a la estructuración que el adulto hace de ellas y a la facilitación que
promueve para que el pequeño inserte sus acciones y sus vocalizaciones en dicha
estructura.
El juego simbólico
Aunque
hay distintos tipos de juegos, muchos consideran el juego de ficción como el
más típico de todos, el que reúne sus características más sobresalientes. Es el
juego de “pretender” situaciones y personajes “como si” estuvieran presentes.
Fingir, ya se haga en solitario o en compañía de otros
niños, abre a éstos a un mofo nuevo de relacionarse con la realidad. Al jugar,
el niño “domina” esa realidad por la que se ve continuamente dominado.
Con el desarrollo motor
se amplía enormemente su campo de acción, se le permite o se le pide participar
en tareas que antes le estaban vedadas y, sobre todo, aparecen mundos y
personajes suscitados por el lenguaje.
Los psicoanalistas han insistido, con razón, en la
importancia de estas elaboraciones fantásticas para poder mantener la
integridad del yo y dar expresión a los sentimientos inconscientes.
Con independencia de si las fantasías ocupan con
anterioridad un lugar, o no, en la mente infantil, lo cierto es que no será
hasta el segundo año de vida cuando aparezcan las primeras manifestaciones de
fingir que se come de un plato vacío o que se duerme con los ojos abiertos.
Buena parte de estos primeros juegos de ficción son individuales, o si se
realizan en presencia de otros niños, equivalen a lo que se ha llamado juego
“en paralelo”, en el que cada jugador desarrolla su propia ficción con
esporádicas alusiones al compañero.
Esta ausencia de cooperación entre jugadores ha
llevado a Piaget (1945) a definir el juego simbólico como
“egocéntrico”, centrado en los propios intereses y deseos.
En un interesante estudio, C. Garvey (1979) sostiene que el juego es social desde
el principio, que su carácter individual y privado es un aspecto secundario de
una actividad que se genera siempre en un contexto social.
Sus análisis de las conversaciones infantiles mientras
jugaban muestran que desde edad tan temprana se diferencian claramente las
actividades que son juego de las que no lo son, y que, cuando la situación es
ambigua, los niños recurren al lenguaje para hacérsela explícita unos a otros.
No se trata de la mera imitación de una persona
concreta, sino del concepto mismo de cada rol social definido por sus acciones
más características y, con frecuencia, exageradas.
La coordinación de acciones y papeles sólo se logra, a
una edad en la que aún no es posible la elaboración de reglas arbitrarias y
puramente convencionales, por una continua referencia a lo que sucede “de
verdad”. De este modo surge el contraste entre el conocimiento que cada jugador
posee de los papeles representados.
Cuando hay discrepancias en la síntesis de las
acciones el recurso último es la vida real o un reforzamiento del carácter
puramente fantástico del juego con afirmación explícita del mismo por los
jugadores.
Una aportación fundamental de este tipo de juegos es
descubrir que los objetos no sirven sólo para aquello que fueron hechos, sino
que pueden utilizarse para otras actividades más interesantes. Un simple palo
se transforma en caballo, en espada o en puerta de una casa.
Juegos de reglas
El final de preescolar coincide con la aparición de un
nuevo tipo de juego: el de reglas. Su inicio depende, en buena medida, del
medio en el que se mueve el niño, de los posibles modelos que tenga a su
disposición.
La presencia de hermanos mayores y la asistencia a
aulas de preescolar situadas en centros de primaria, facilitan la
sensibilización del niño hacia este tipo de juegos.
Pero en todos los juegos de reglas hay que “aprender”
a jugar, hay que realizar unas determinadas acciones y evitar otras, hay que
seguir “unas reglas”. Si en los juegos simbólicos cada jugador podía inventar
nuevos personajes, incorporar otros temas, desarrollar acciones sólo esbozadas,
en los de reglas se sabe de antemano lo que “tienen que hacer” los compañeros y
los contrarios. Son obligaciones aceptadas voluntariamente y, por eso, la
competición tiene lugar dentro de un acuerdo, que son las propias reglas.
Los preescolares se inician en estos juegos con las
reglas más elementales y, sólo a medida que se hagan expertos, incorporarán e
inventarán nuevas reglas. Ese conocimiento mínimo y la comprensión de su
carácter obligatorio les permite incorporarse al juego de otros, algo mayores
que ellos, especialmente cuando la necesidad de jugadores rebaja sus exigencias
sobre la competencia de los mismos.
Pero, en analogía ahora con el juego simbólico, la
obligatoriedad de estas reglas no aparece ante el niño preescolar como derivada
del acuerdo entre jugadores, sino que tiene un carácter de verdad absoluta.
Creen que sólo existe una forma de jugar cada juego, la que conocen. Y, por
superficial que este conocimiento sea, opinan que no sería legítimo alterar sus
reglas.
En los cursos finales de Primaria los jugadores serán
plenamente conscientes de que las reglas no tienen otro valor que el que les
confiere la voluntad de quienes las adoptan. Basta la decisión de la mayoría
para modificarlas o introducir otras nuevas. La práctica continuada de esa
cooperación permitirá, por fin, tomar conciencia de que las reglas no son más
que la formulación explícita de esos acuerdos.
El preescolar, para
resolver la contradicción entre la regla y sus intereses, debe recurrir a un
tipo de juego anterior, el simbólico, donde ha llegado a descubrir, en otro
nivel, ese mismo valor de la cooperación y de su negociación.
Juegos de construcción
Este es un tipo de juego que está presente en
cualquier edad. Desde el primer año de la vida del niño existen actividades que
cabría clasificar en esta categoría: los cubos de plástico que se insertan o se
superponen, los bloques de madera con los que se hacen torres, etc.
El niño preescolar se conforma fácilmente con cuatro
bloques que utiliza como paredes de una granja o de un castillo. Pero a medida
que crezca querrá que su construcción se parezca más al modelo de la vida real
o al que se había trazado al iniciarla. Hacer una grúa que funcione de verdad o
cocinar un pastel siguiendo una receta, pueden ser actividades tan divertidas
como el mejor de los juegos. Pero justamente en la medida en que tiene un
objetivo establecido de antemano y que los resultados se evaluarán en función
de dicho objetivo se aleja de lo que es mero juego para acercarse a lo que
llamamos trabajo.
En resumen, el juego es importante en el desarrollo
del niño porque le permite el placer de hacer cosas, de imaginarlas distintas a
como se nos aparecen, de llegar a cambiarlas en colaboración con los demás,
descubriendo en la cooperación el fundamento mismo de su vida social.
DIFERENCIAS EN LOS JUEGOS SIMBÓLICOS Y EN LOS JUGUETES DE LAS NIÑAS Y LOS
NIÑOS
Los estudios de diferentes investigadores en distintos
países, incluidos los realizados con niños españoles (López Tabeada, 1983),
coinciden en que la mayor diferencia entre “juegos de niños” y “juegos de
niñas” se produce precisamente en los juegos simbólicos colectivos. La mayoría
de las niñas eligen temas como “las mamás”, “las maestras” o “las peluqueras”
como los favoritos. En general, roles sociales de los que tienen una
experiencia directa.
Por el contrario, los niños de las mismas edades refieren
jugar a “indios y vaqueros”, “Supermán” o “Tarzán”. Las acciones de estos
personajes tienen poco que ver, a primera vista, con las actividades de sus
varones adultos contemporáneos.
Es evidente que en la elección del tema de juego está
influyendo la identificación sexual de quienes participan en él. Y, de nuevo,
hay que recordar el carácter genérico que tiene estos papeles sociales en el
juego infantil. Por eso, independientemente del trabajo profesional de sus
madres reales, del talante progresista y de indiscriminación sexual que pueda
tener la educación del centro escolar, la mayoría de las niñas de esta edad
sigue entendiendo el rol social de la mujer en torno a la casa y a algunas
profesiones típicamente “femeninas”.
Los niños, al utilizar personajes fantásticos o de
épocas y lugares remotos, quizá están expresando atributos de poder y de
aventura que confieren específicamente al varón. En cualquier caso mostrarían,
al mismo tiempo, una falta de información sobre las actividades sociales y
productivas de los adultos de su mismo sexo. En la sociedad urbana, en
particular, el mundo laboral del padre está alejado del conocimiento y entorno
real del niño.
En un estudio sobre las peticiones de juguetes en las
cartas a los Reyes Magos, realizado con la ayuda de Pilar Lianza en enero de
1985, encontramos también marcadas diferencias entre niños y niñas. Las
muñecas, cocinas y maquillajes de las primeras se convertían en “piratas”,
“seres extraterrestres” y “pistas para coches de carreras” en los niños.
Aunque una buena parte de los juguetes comerciales
sirve precisamente como soporte a estos juegos simbólicos, cabe establecer una
diferencia importante entre ambos.
Los juegos colectivos son producto de las relaciones
entre los mismos niños y se mantienen y transmiten, en buena medida, de
espaldas a la sociedad adulta.
Los juguetes, por el contrario, son una mercancía y,
en cuando tal, sujeta a las leyes de producción y consumo del sistema.
Si comparamos ahora las preferencias de juego y de
juguetes observamos que se produce un cierto retraso en cuanto a su evolución
según la edad.
Los juegos simbólicos colectivos dejan de ser
predominantes al finalizar el primer curso de primaria, dando paso a los juegos
de reglas.
Los juguetes de apoyo al juego simbólico, que están
confinados fundamentalmente al ámbito del hogar, siguen siendo los preferidos
de los alumnos de segundo de primaria, justo cuando comienzan a ser ya expertos
jugadores del “rescate”, “la goma” o “las canicas”.
Esta breve incursión sobre las diferencias sexuales en
los juegos simbólicos colectivos sirve para poner de manifiesto las
potencialidades y limitaciones de este tipo de juego. Juegos y juguetes
agrandan y hacen más reales los personajes fingidos.
En los años en que somos capaces de hacer aún pocas
cosas, y cuando tantas veces nos dejan hacer incluso menos de las que
podríamos, necesitamos “imaginar” que las realizamos. Y esta imaginación será
indispensable al adulto que quiere mejorar o construir la realidad sobre la que
actúa. No basta con tener ideas para modificar las cosas. Hace falta también
sobar cómo realizarlas. Pero sin ideas, sin imaginación, no hay cambio posible.
Este abrir la imaginación a situaciones que no están
presentes es la aportación fundamental del juego simbólico. Su limitación nos
la muestra las preferencias de temas de jugo, que están mucho más cerca de la
sociedad que conocen que de la que podrían soñar.
EL APRENDIZAJE ESCOLAR Y LA NATURALEZA COGNITI VA DEL JUEGO
El sujeto supone, en primer lugar, una posición
psicológica particular de parte del sujeto que juega, que está basada en el
convencimiento de que, lo que está realizando, es una actividad libre que no va
a ser enjuiciada y en la que dispone de un espacio personal y social que tiene
un margen de error, que en otras actividades no se le permite. Es por tanto una
plataforma de expresión en la medida en que, durante el juego, se siente en un
espacio propio, aunque compartido flexiblemente, y que le comunica con los demás.
Para jugar, el sujeto debe disponer de condiciones de
relajación psicológica. También en el juego deben estar presentes actitudes y
deseos de jugar y de creerse “jugando” la trama. Los niños encuentran de forma
rápida las actitudes y los escenarios adecuados para desarrollar un juego y, si
tienen buenas relaciones entre sí, una pequeña contraseña es suficiente para
introducirse en él.
Dentro del juego puede suceder cualquier cosa; esto
es, una vez abierto el escenario psicológico y el escenario real lo que sucede
puede parecerse a cualquier otra actividad; se diferenciará de ella en que lo
que se hace es “jugando”, esto es, con el presupuesto de que nadie debe
ofenderse por lo que allí, lo cual no significa que el juego no sea una cosa
importante para quien lo hace, sino que de sus acciones no deben esperarse
consecuencias graves ni irreversibles.
Esta facilidad para empezar un juego no debe
confundirse con la resistencia a los ataques externos del mismo; el juego es
frágil, dependiendo del arma que se use contra él. El autoritarismo adulto y la
censura son letales; en un contexto rígido o inseguro afectivamente, el juego
no se desarrolla o muere. Hay que tener esto en cuenta para comprender por qué
juego y escuela viven de hecho tan separados. La escuela es tan normativa que
difícilmente permite el desarrollo de los aspectos más profundos del juego.
Efectivamente, el marco o
escenario que el juego necesita está muy lejos de ser frecuente en la escuela.
Se ha descrito (Bruner, 1984) hasta qué punto los niños que ejecutan
tareas que requieren habilidades manipulativas, de forma lúdica, aventajan a
los que las realizan en serio, y se ha encontrado este factor de relajación de
la tensión sobre los resultados, como el origen del éxito. Sin embargo, estas
virtudes de las actividades no normativas son poco conocidas todavía en los
ámbitos escolares.
Pero el juego no ha recibido la atención que se merece
por ninguno de los contextos educativos en los que el niño crece, y todavía se
suele oponer juego y aprendizaje. Además, las actitudes de los educadores y los
padres siguen siendo adversas a la utilización de tiempo de juego en la escuela
y muy dudosas sobre el valor educativo del mismo.
Aunque está generalizada una concepción de que el
juego tiene un valor catártico de expulsión y desahogo de energías acumuladas
durante el trabajo, son pocos los adultos que aceptan las formas más activas de
expresión lúdica como naturales y socialmente positivas (Smith y Boulton,
1988).
Esta idea de que el juego es útil educativamente como
forma de explosión de energía y de reciclaje para después seguir trabajando,
creemos, preside en el generalizado uso del recreo y el aspecto de campo de
batalla que a veces observamos en los patios de los colegios, con verdadera
pasividad por parte de los vigilantes-educadores.
ESTRATEGIAS DE INTERVENCIÓN E INVESTIGACIÓN EN LOS JUEGOS.
El juego es una conducta intrínseca motivada. Nadie
puede jugar si de verdad no lo desea, de ahí que no se puede imponer, sin
violencia, el sentido del juego, ya que si se impone, no será considerado como
tal por los jugadores. El juego es una forma natural de intercambio de los
esquemas de conocimiento que tienen los niños y niñas. Los marcos lúdicos no
están cerrados a los adultos; por el contrario, un adulto que verdaderamente
quiera y sepa jugar, es un compañero ideal. Esto permite al educador pensar en
el escenario lúdico como un posible escenario pedagógico.
Jugar no es estudiar ni trabajar, pero jugando, el
niño aprende, sobre todo, a conocer y comprender el mundo social que le rodea.
El juego es un factor espontáneo de educación y cabe un uso didáctico del
mismo, siempre y cuando, la intervención no desvirtúe su naturaleza y
estructura diferencial.
La capacidad lúdica, como cualquier otra, se
desarrolla articulando las estructuras psicológicas globales, esto es, no sólo
cognitivas, sino afectivas y emocionales, con las experiencias sociales que el
niño tiene. La escuela debe ser un lugar que proporcione al niño buenas
experiencias en general. Un uso educativo del juego puede ayudar al desarrollo
integral del sujeto, si en él se producen procesos que ejerciten sus
capacidades.
Un modelo didáctico o cualquier estrategia educativa
que utilice el juego como apoyatura comportamental espontánea debe considerar
la naturaleza psicológica que éste tiene y considerar su estructura y su
contenido, si quiere partir de la realidad. Para diseñar una estrategia
didáctica no basta conocer los fundamentos psicológicos, que siempre son
teóricos; hay que indagar y descubrir cuáles son las formas concretas que se
producen en los niños de nuestra clase, en el tema que les ocupa, el contenido
y la forma de sus juegos y las posibilidades educativas que éstos tienen.
Durante preescolar y primeros años de la escolaridad
obligatoria, los niños desarrollan un tipo de juego, que hemos llamado juego de
representación de roles o sociodramático, lo cual siendo simbólico es más
complejo que el simple “hacer que si”. El juego sociodramático se caracteriza
por la reproducción de escenas de fenómenos de intercambio social y de
comunicación entre personas. En dichos juegos, los niños reproducen papeles
sociales que los adultos suelen desempeñar en su vida cotidiana, ya sea
profesional o sencillamente de relación.
Este tipo de juego pone de manifiesto el complejo
entramado de ideas que los niños tienen sobre los temas que representan y
refleja el estado natural en el que reposan los conocimientos sociales en su
mente.
El estudio detallado del tipo de comunicación (verbal
o no verbal) y de acciones que ocurren dentro del juego sociodramático, nos
revela detalles extraordinariamente sutiles, del tipo de información que los
niños poseen sobre lo que hacen las personas en su vida cotidiana. El
intercambio lúdico de estos conocimientos constituye un marco de aprendizaje
espontáneo.
LA EDUCACION Y EL JUEGO
La importancia del juego en la educación es grande,
pone en actividad todos los órganos del cuerpo, fortifica y ejercita las
funciones síquicas. El juego es un factor poderoso para la preparación de la
vida social del niño; jugando se aprende la solidaridad, se forma y consolida
el carácter y se estimula el poder creador.
En lo que respecta al poder individual, los juegos
desenvuelven el lenguaje, despiertan el ingenio, desarrollan el espíritu de
observación, afirma la voluntad y perfeccionan la paciencia. También favorecen
la agudeza visual, táctil y auditiva; aligeran la noción del tiempo, del
espacio; dan soltura, elegancia y agilidad del cuerpo.
La aplicación provechosa de los juegos posibilita el
desarrollo biológico, psicológico, social y espiritual del hombre. Su
importancia educativa es trascendente y vital. Sin embargo, en muchas de
nuestras escuelas se prepondera el valor del aprendizaje pasivo, domesticador y
alienante; no se da la importancia del caso a la educción integral y
permanente. Tantas escuelas y hogares, pese a la modernidad que vivimos o se
nos exige vivir, todavía siguen lastrados en vergonzosos tradicionalismos.
La escuela tradicionalista sume a los niños a la
enseñanza de los profesores, a la rigidez escolar, a la obediencia ciega, a la
criticidad, pasividad, ausencia de iniciativa. Es logocéntrica, lo único que le
importa cultivar es el memorismo de conocimientos. El juego está vedado o en el
mejor de los casos admitido solamente al horario de recreo.
Frente a esta realidad la Escuela Nueva es una
verdadera mutación en el pensamiento y accionar pedagógico. Tiene su origen en
el Renacimiento y Humanismo, como oposición a la educación medieval, dogmática
autoritaria, tradicional, momificante. Tiene la virtud de respetar la libertad
y autonomía infantil, su actividad, vitalidad, individualidad y colectiva. Es
paidocentrista. El niño es el eje de la acción educativa. El juego, en efecto,
es el medio más importante para educar.
IMPORTANCIA DEL JUEGO EN LA
ESCUELA PRIMARIA
Las afirmaciones de Schiller,
el citado poeta y educador dice: "que el hombre es hombre completo sólo
cuando juega". De ello se desprende de que la dinámica del juego, entran
en desarrollo completo el ansia de libertad, la espontaneidad en la acción, el
espíritu alegra el anhelo de creación, la actitud ingenua y la reflexión,
cualidades que en esencia distingue nuestro ser en el juego el hombre despoja
todo lo que se encuentra reprimido, ahogado en el mundo interior de su persona.
Desde el punto de vista psicológico el juego es una
manifestación de lo que es el niño, de su mundo interior y una expresión de su
mundo interior y una expresión de su evolución mental. Permite por tanto,
estudiar las tendencias del niño, su carácter, sus inclinaciones y sus
deficiencias.
En el orden pedagógico, la importancia del juego es
muy amplio, pues la pedagogía aprovecha constantemente las conclusiones de la
psicología y la aplica la didáctica.
El juego nos da la más clara manifestación del mundo
interior del niño, nos muestra la integridad de su ser.
La importancia de los juegos se puede apreciar de
acuerdo a los fines que cumple, en la forma siguiente:
Para el desarrollo físico.- Es importante para el desarrollo
físico del individuo, porque las actividades de caminar, correr, saltar,
flexionar y extender los brazos y piernas contribuyen el desarrollo del cuerpo
y en particular influyen sobre la función cardiovascular y consecuentemente
para la respiración por la conexión de los centros reguladores de ambos
sistemas.
Las actividades del juego coadyuvan al desarrollo
muscular y de la coordinación neuro-muscular. Pero el efecto de la actividad
muscular no queda localizado en determinadas masas, sino repercute con la
totalidad del organismo.
Hay cierta diferencia entre gimnasia y juego, la
complejidad de los movimientos usados en el juego hacen de él un ejercicio
sintético, mientras que la gimnasia resulta una actividad analítica que se
dirige en ciertos momentos hacia un sector determinado del cuerpo. El juego,
por constituir un ejercicio físico además de su efecto en las funciones
cardio-vasculares, respiratorias y cambios osmóticos, tiene acción sobre todas
las funciones orgánicas incluso en el cerebro. La fisiología experimental ha
demostrado que el trabajo muscular activa las funciones del cerebro.
Para el desarrollo mental.-
Es
en la etapa de la niñez cuando el desarrollo mental aumenta notablemente y la
preocupación dominante es el juego. El niño encuentra en la actividad lúdica un
interés inmediato, juega porque el juego es placer, porque justamente responde
a las necesidades de su desenvolvimiento integral. En esta fase, cuando el niño
al jugar perfecciona sus sentidos y adquiere mayor dominio de su cuerpo,
aumenta su poder de expresión y desarrolla su espíritu de observación.
Pedagogos de diversos países han demostrado que el trabajo mental marcha
paralelo al desarrollo físico. Los músculos se tornan poderosos y precisos pero
se necesita de la mente y del cerebro para dirigirlos, para comprender y gozar
de las proezas que ellos realizan.
Durante el juego el niño desarrollará sus poderes de
análisis, concentración, síntesis, abstracción y generalización. El niño al
resolver variadas situaciones que se presentan en el juego aviva su
inteligencia, condiciona sus poderes mentales con las experiencias vividas para
resolver más tarde muchos problemas de la vida ordinaria.
El juego es un estímulo primordial de la imaginación,
el niño cuando juega se identifica con el tiempo y el espacio, con los hombres
y con los animales, puede jugar con su compañero real o imaginario y puede
representar a los animales y a las personas por alguna cosa, este es el período
del animismo en el niño.
Esta flexibilidad de su
imaginación hace que en sus juegos imaginativos puede identificarse con la
mayoría de las ocupaciones de los adultos.
Para
la formación del carácter.- Los
niños durante el juego reciben benéficas lecciones de moral y de ciudadanía. El
profesor Jackson R. Sharman de la Universidad de Colombia decía:
"Educar al niño
guiándolo a desarrollar una conducta correcta hacia sus rivales en el juego y
hacia los espectadores".
Para el cultivo de los
sentimientos sociales.
Los
niños que viven en zonas alejadas y aisladas crecen sin el uso adecuado y
dirigido del juego y que por ello forman, en cierto modo, una especie de lastre
social. Estos niños no tienen la oportunidad de disponer los juguetes porque se
encuentran aislados de la sociedad y de lugares adecuados para su adquisición.
El juego tiene la particularidad de cultivar los valores sociales de un modo
espontáneo e insensible, los niños alcanzan y por sus propios medios, el deseo
de obrar cooperativamente, aprenden a tener amistades y saben observarlas
porque se dan cuenta que sin ellas no habría la oportunidad de gozar mejor al
jugar, así mismo, cultivan la solidaridad porque no pocas veces juegan a hechos
donde ha de haber necesidad de defender al prestigio, el buen hombre o lo
colores de ciertos grupos que ellos mismos lo organizan, por esta razón se afirma
que el juego sirve positivamente para el desarrollo de los sentimientos
sociales.
La
mayoría de los juegos no son actividades solitarias, sino más bien actividades
sociales y comunicativas, en este sentido se observa claramente en los Centros
Educativos; es ahí donde los niños se reúnen con grandes y pequeños grupos, de
acuerdo a sus edades, intereses, sexos, para entablar y competir en el juego; o
en algunas veces para discutir asuntos relacionados con su mundo o simplemente
realizar pasos tratando confidencialmente asuntos personales.
Es interesante realizar paseos tratando
confidencialmente asuntos personales.
Es interesante provocar el juego colectivo en que el
niño va adquiriendo el espíritu de colaboración, solidaridad, responsabilidad,
etc. estas son valiosas enseñanzas para el niño, son lecciones de carácter
social que le han de valer con posterioridad, y que les servirá para establecer
sus relaciones no solamente con los vecinos sino con la comunidad entera.
Cuando se fomenta la Educación Física y sus diversas
disciplinas en los Centros Educativos, son los profesores, autoridades, padres
de familia y ciudadanía en general los llamados en velar y observar por el buen
desarrollo de éstas actividades físicas, porque los niños cultivan tan agudamente
su inteligencia. Los problemas internos que tienen los individuos se pueden
solucionar apelando al juego por ejemplo el ajedrez que permite la
concentración mental del hombre y meditar intensamente para solucionar
dificultades, para conseguir victoria.
EL DIBUJO DEL NIÑO, UNA FORMA DE JUEGO
Durante toda la infancia y hasta el comienzo de la
adolescencia, la mayoría de los niños se entregan regularmente, y a menudo con
verdadero frenesí, a una serie de actividades gráficas, expresivas y que tienen
relaciones complejas con la realidad. Con diversas técnicas los niños trazan
una cierta forma de representación del mundo. Igual que sucede en las otras
formas de la actividad lúdica, en ésta se asocian el placer, la exploración, el
ejercicio de los posibles y la ausencia de significación productiva. El juego,
el dibujo, el humor, el arte, pertenecen a una misma familia de conducta;
utilizan, es verdad, los mismos instrumentos que otras actividades; son el
reflejo del conjunto de las estructuras de acción de que el niño puede
disponer; participan también, por su propio carácter, en la elaboración de
estas estructuras. Pero, sobre todo, están en la encrucijada del mundo exterior
(la “realidad”) y del mundo interior, y permiten la expresión de los conflictos
o contradicciones entre estos dos órdenes de realidad.
BIBLIOGRAFÍA:
RONDAL, JEAN-ADOLPHE;
HURTIG, MICHEL: Introducción a
la psicología del niño. Ed.
Herder
GARCÍA SICILIA, J.;
IBAÑEZ, ELENA Y OTROS: Psicología
evolutiva y educación infantil. Ed.
Santillana
ORTEGA RUIZ, ROSARIO: El juego infantil y la construcción
social del conocimiento. Ediciones
Alfar. Sevilla 1992.
No hay comentarios:
Publicar un comentario